Tomo la posta en el diálogo (ahora escrito) de la Boca de Taller y advierto que me perdura en el cuerpo el frescor del atardecer de Cabana y ese saborcito del rosado frutal en los labios. Sábado de enero delicioso. Mientras el arte penetra en los cuerpos, la charla se condensa en los placeres dionisíacos del vino. Ahora bien, días después del evento me dispongo a escribir algunos comentarios sobre el trabajo de los artistas Sol Lalá, Pancho Sarría y Adrián Bertol.
En primer lugar, quisiera compartir mi impresión de la muestra, puesta que podría describir como un recinto poroso. Poroso es -en este caso- expansivo. La propuesta se presenta como un colectivo, pero propongo revisarla como una minuciosa obra abierta que se presta al diálogo profundo con uno mismo. De tal modo que el ejercicio de la boca de taller resulta -en mi caso- el puntapié a un exquisito recorrido de derivas. Allí donde el hilo conductor se encuentra o se oculta como sostiene Mariano Horenstein cual “condensadores de misterios”: en las sutilezas de las trazas del dibujo, en los huecos y las grietas de aquellos elementos orgánico-escultóricos, en el impacto y la intensidad de las líneas ondulantes que ponen en tensión la profundidad de la mancha y el chorreado en el plano pictórico. Así, la corporeidad es al mismo tiempo la tinta que describe personajes (Bertol), la que agujerea, perfora y acaricia la masa cerámica explorándola (Lalá) y/o en todo caso aquella que interpela la tela -y nos interpela-mediante el sustrato (Sarría). Y es entonces, que en el recinto – insisto poroso- línea, agujero y mancha se conjugan -desde mi perspectiva claro está - en el encuentro entre el cuerpo, el fluido y la materia.
En el trabajo de Sol la
repetición -en este caso, la repetición de la acción- ¿se convierte en huella? Podríamos
decir que la pulsión se manifiesta en cóncavo y convexo: “tierra que se vuelve
cuerpo” expresa la artista. La desnudez de ese cuerpo que deja ver y oculta compartiendo
la complicidad del relato. En las formas orgánicas –femeninas, continentes digo
yo - se condensa la experiencia del proceso que oprime y expande los límites de
la masa como materia. En ellos, hay partes, grietas, no hay todo, así como
también subyace el continuum. El agua fluye entre los elementos
fragmentados, originarios, primigenios, – diríamos zooloides - despojándolos de
todo intento que suponga un cierre.
Dibujos Adrian Bertol, Pintura Pancho Sarría
Por otro lado, podríamos reconocer
en la obra de Sarria la invitación -o el golpeteo insistente- al extrañamiento:
allí el repiqueteo. Una y otra vez, en cada lienzo, se ponen en tensión la
corporeidad y los pigmentos. El azar de la pintura fresca y el choque de
emulsiones contribuye a la provocación de las dimensiones del espacio pictórico.
La obra nos pone en presencia de la acción
entre el cuerpo, los fluidos y el soporte. Es aquí donde el trabajo de Sarria
nos “golpea” en el cuerpo – el nuestro-. Para Barthes el rectángulo/cuadrado
representa la forma arquetípica del encuadre pictórico. Visto así, la paradoja
está en el límite. En la propuesta del artista la indeterminación y el azar se
conjugan en el proceso que, dicho sea de paso, tiene continuidad en ese
repiqueteo. La imagen trasciende el lienzo, sus dimensiones, sus límites y
podríamos decir -ahora pensando en Merlau Ponty- es manifestación de la huella
del cuerpo en acto.
Por último, me interesa
agregar -y con el mismo desparpajo como hasta aquí- que en cada caso, la obra de
los artistas pone en presencia la experiencia corpórea que disparan las fugas
de lo real. Así, en la porosidad de la muestra -digamos en su expansión-
los cuerpos de unos y otros habitan en/un silencioso diálogo.
El escrito es mi aporte a la crítica de las obras expuestas en la Galeria Arte U_ Boca de taller en Unquillo, Córdoba ( Argentina) realizada en enero del 2021. Evento al que agradezco la invitación.
Artistas: Sol Lalá, Adrian Bertol, Pancho Sarría.
Críticos: Mariano Horenstein, Demian Orosz, Pablo Canedo, V. Soledad Guerra.